• Barrios Altos La noche del 3 de noviembre de 1991 se llevaba a cabo una pollada en el primer piso del inmueble ubicado en el Jirón Huanta Nº 840 para conseguir fondos para reparar ese edificio. Aproximadamente a las 23:30, seis individuos armados y encapuchados entraron al edificio luego de bajar de dos vehículos que tenían luces policiales y sirenas, las que habían sido apagadas cuando llegaron al lugar. Los atacantes cubrieron sus rostros con pasamontañas y ordenaron a los asistentes de la reunión a tenderse en el piso, donde les dispararon indiscriminadamente por cerca de dos minutos, matando a 15 de ellos incluyendo un niño de 8 años e hiriendo seriamente a otras cuatro personas, uno de los cuales quedó permanentemente paralítico. Se verificó luego que los atacantes buscaban una reunión de subversivos senderistas que en realidad tuvo lugar en el segundo piso del inmueble mientras que la pollada y el ataque se llevaba a cabo en el primer piso.
    Felipe León León, sobreviviente de la matanza, recibió siete balazos y conserva aún una bala en el cuerpo. Sufre de discriminación por parte de sus vecinos, aun piensan que es terrorista.
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  • La Cantuta En la madrugada del 18 de julio de 1992, miembros del Servicio de Inteligencia del Ejército así como de la Dirección de Inteligencia del Ejército, muchos de los cuales supuestamente pertenecían al “Grupo Colina”, entraron a las residencias de la Universidad Enrique Guzmán y Valle, más conocida como, La Cantuta.
    Una vez dentro, las tropas forzaron a los estudiantes a salir de sus habitaciones y echarse boca abajo en el piso. Buscaban militantes de Sendero Luminoso, autor del reciente atentado terrorista en la calle Tarata.
    Nueve estudiantes y un profesor fueron separados del resto.
    A ninguno de ellos se los volvió a ver.
    Gisela Ortiz, hermana de Enrique Ortiz Perea, uno de los desaparecidos. El cadáver de su hermano fue el único que se encontró entero en las fosas de Cieneguilla.
    Ella ha sido la portavoz de de los deudos durante el proceso en contra del ex presidente Fujimori.
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  • Puente de Ayahuarcuna En el camino de Huanta a Ayacucho, la quebrada y el puente de cal y piedra que allí existen se conocen por este nombre prehispánico que quiere decir: sitio donde se cuelgan los muertos. En el mes de diciembre de 1983, hallan 16 campesinos asesinados por Sendero Luminoso.
    Esperanza Zabaleta Ochatoma, 70 años. Encontró a su marido entre las 16 personas asesinadas en el puente Ayahuarcuna.
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  • Putis El día 13 de diciembre de 1984, miembros del Ejército Peruano de la base de Putis ordenaron a los varones de la comunidad del mismo nombre que cavaran una fosa supuestamente para la construcción de una piscigranja.
    Cuando estuvo lista la supuesta piscina, los militares reunieron al centenar de pobladores alrededor de la poza, entre los que había hombres, mujeres y niños, y sin mayor explicación, les dispararon a matar.
    Teodosia Condorai Quispe, fue una de las sobrevivientes de la matanza. Perdió a 10 miembros de su familia. Después de la exhumación de la fosa, lograron identificar a 7 de sus familiares.
    Ningún militar ha sido condenado por los crímenes contra la población civil de Putis.
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  • Socos 13 noviembre de 1983, un total de treinta y dos campesinos entre hombres y mujeres que participaban en una fiesta familiar en el distrito de Socos, ubicado a 18 kilómetros de la ciudad de Ayacucho, fueron ejecutados arbitrariamente por once miembros de la ex Guardia Civil . Si bien las instancias judiciales condenaron a los responsables, no se ha cumplido con la ejecución de la pena de inhabilitación que la resolución impuso y hasta el momento los familiares de las víctimas no han recibido la reparación civil que les fue asignada.
    Ángel Quispe, 34 años perdió a sus padres y sus hermanos en la matanza, toda su familia directa desapareció. Se quedo solo a los ocho años.
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  • Uchuraccay 26 de enero de 1983, los periodistas Eduardo de La Piniella Palao, Jorge Sedano, Willy Retto, Pedro Sánchez Gavidia, Amador García Yanque, Jorge Luis Mendivil Trelles, Félix Gavilán Huamán, Octavio Infante García y el guía Juan Argumedo García parten hacia Uchuraccay para investigar la muerte de siete presuntos senderistas a manos de los comuneros del lugar. ?Horas mas tarde, confundidos por terroristas, los campesinos de la zona los liquidan con palos y piedras. Habían sido alertados e instigados por una patrulla de la Marina para que asesinaran a cualquier sospechoso de subversivo.
    Alicia Retto hija de Willi Retto. Jamás lo conoció, su madre estaba encinta de 6 meses cuando sucedió la matanza. El murió el 26 de Enero, ella nació el 28 de abril. Tiene 25 años y también es periodista.
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“Cuando la violencia afecta el paisaje”

Entre 1980 y el año 2000, el Perú sufrió uno de los períodos más oscuros de su historia. Un sangriento conflicto armado y el derrumbe de su frágil democracia pusieron al país en una situación de postración y desesperanza.

La guerra desatada por el brutal movimiento “Sendero Luminoso” y la respuesta igualmente atroz del Estado causaron, de acuerdo a la Comisión de la Verdad y Reconciliación (C.V.R.) aproximadamente 69 mil muertes, entre las cuales unas 15 mil corresponderían a casos de desapariciones forzadas.

La C.V.R. determinó que Sendero Luminoso desató un conflicto injustificado, precisamente cuando el país empezaba una experiencia democrática luego de un largo autoritarismo militar. La ideología senderista, acuñada por un oscuro profesor de filosofía, proclamaba la necesidad ineluctable de un baño de sangre para arribar a una presunta tierra prometida, y se utilizó para justificar los asesinatos de autoridades en comunidades indígenas, dirigentes izquierdistas democráticos y de una población reducida en el discurso senderista a “masas”.

El desafío de Sendero se respondió con un paroxismo de sangre. Las autoridades civiles abandonaron toda responsabilidad en manos de los militares, que aplicaron tácticas de tierra arrasada en las zonas que consideraban bajo la influencia subversiva. La matanza de poblaciones civiles; el uso generalizado de la tortura y la violencia sexual; la práctica de la desaparición forzada constituyen patrones regulares e innegables de lo que ocurrió en esos años.

El descabezamiento de Sendero, producido tras la captura de su jefe, Abimael Guzmán, derrumbó al movimiento, con la excepción de algunos remanentes que aún hoy libran escaramuzas. Pero, pese a la derrota del senderismo, el terror no concluyó: el gobierno de Alberto Fujimori siguió manteniendo escuadrones de la muerte para intimidar, secuestrar y matar a opositores reales o supuestos.

Esta prolongada cosecha de muerte dejó rastros en todo el país. La Comisión identificó fosas clandestinas en todo el país; la mayoría de las cuales permanecen aún abandonadas, dejadas de lado por las autoridades judiciales, y visitadas, si acaso, por familiares que persisten en la búsqueda de los suyos.

Como Antígona, en la tragedia clásica, la figura de la madre, hermana o esposa del desaparecido recorre los Andes de parte a parte, increpándole al poder el acto impío de negar reconocimiento a los caídos, y de prohibir el duelo a los sobrevivientes.

En las pocas diligencias judiciales que se han llevado a cabo, en las ruinas destruidas de pueblos abandonados, en parajes abruptos o en antiguos cuarteles militares, los arqueólogos forenses han recuperado evidencias innegables de la masacre sufrida por el pueblo peruano: ropas que sirven para identificar a las vidas perdidas; restos humanos, proyectiles fatales; rastros del odio que –en su silencio- ensordecen.

Pese a algunos avances, el Perú aún se niega a reconocer la profundidad de la desgracia: los casos judiciales contra antiguos militares no prosperan; las reparaciones debidas a los sobrevivientes se mezquinan; la verdad develada por la Comisión se niega, o los crímenes se justifican. Pese a expresar signos políticos opuestos, Abimael Guzmán y Alberto Fujimori no sufren por escasez de seguidores que reclaman lo mismo: amnistía, esto es, olvido e impunidad.

El futuro del país se debate entre el reconocimiento de estas lecciones, que permita definir nuevos destinos; o la negación, y su inevitable ciclo de persistente repetición. Una historia más de nuestras Américas sangrantes, y de la terca lucha de la memoria por afirmar la urgencia y la dignidad de la vida.

Eduardo González Cueva
Miembro de la Comisión de la Verdad y Reconciliación, Perú.
Actual Director del Programa de Verdad y Memoria,
Centro Internacional para la Justicia Transicional, Nueva York, USA