COLECTIVO MR

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MR | CORTOCIRCUITO | Santiago Roncagliolo, escritor

Uno. Cada fotografía es una jaula que encierra un pedazo de realidad. Dentro de los límites de la jaula cabe todo lo visible: una pareja abrazándose, un político cargando a un bebé, un león bostezando. Separadas de su entorno, estas imágenes cobran vida propia. Ya no forman parte de un paisaje –un dormitorio, un mitin, un zoológico-, sino que existen por sí mismas, desconectadas del tiempo y ajenas incluso a los seres que retratan, en un espacio aparte limitado por el marco. El fotógrafo es un coleccionista de instantes que caza y cuelga en la pared, como un entomólogo con los insectos.

Sí, nuestro lenguaje está contaminado. Decimos “invasión” o “poblar” y convocamos series de representaciones, las cuales, a su vez, están ligadas por nudos afectivos en los que se entrelazan la vergüenza, el miedo, el rechazo. O bien el rencor, el afán reivindicativo, la rabia ante la desigualdad y la injusticia inicuas. Pero también la culpa, el remordimiento y hasta, quién sabe, un germen de curiosidad que puede mutar en reconocimiento o, porqué no ser utópicos, algo más allá. En cualquier caso, la experiencia que las fotografías de MR nos inducen será irremediablemente formulada en unos términos saturados de significado, desprovistos de pureza o inocencia.



Dos. Necesitamos la fotografía porque la belleza de las cosas nos pasa desapercibida. Para un turista, París es una ciudad bellísima. Para un parisino, en cambio, es una ciudad estresante con un tráfico insoportable. Sólo cuando pasean a sus turistas, y ven a través de sus ojos, los parisinos recuerdan qué hermosa es. La mirada del fotógrafo es la de un turista de la vida.

Tres. Tomemos a Robert Doisneau. Sus imágenes rescatan la belleza que nos perdemos de tanto mirarla: un beso entre la multitud de la calle, una novia en un subibaja, un niño jugando a los soldados. Por lo general, tenemos demasiada prisa para reconocer la hermosura de esas cosas. El trabajo de Doisneau es recuperarla y enseñarnos a detectarla.

Cuatro. Otros fotógrafos alteran el mundo. Ponen cosas donde no suelen estar. Es el caso de joan Fontcuberta. Sus fotografías retratan mujeres con cuerpo de caracol. O perros con traje de astronauta. Pero no son dibujos, son fotos. Y eso nos desconcierta, porque creemos que las fotos se limitan a retratar lo que hay allá fuera. Martín Chambi capta a sus sujetos en situación. No vaya a creerse que son retratos naturalistas o realistas, poesía del instante popular a lo Cartier-Bresson. Las situaciones de una consonancia aparente y engañosa son creadas por él –un situacionista avant la lettre- y mediante ese artificio les arranca una verdad potente y universal, profundamente conmovedora. MR le da un giro más teatral a la escena, si cabe, y juega la carta de la disonancia cognitiva. Mientras que en una mirada descubrimos la humanidad de los insignificantes, en ésta nos confrontamos con unas presencias alarmantes porque en el fondo siempre estuvieron ahí, a pesar de la gana ubérrima, política, como dice Vallejo, de ignorarlas. O bien de relegarlas en la vitrina de los objetos exóticos, tal como se colecciona antigüedades precolombinas, se escucha música vernacular o se adapta trajes típicos al diseño contemporáneo de moda, en un ambiente filtrado, aséptico, esencialmente despersonalizado. Trucar la verdad también es una forma de desnudarla. Si el mundo fuese como Fontcuberta lo pinta, miraríamos sus fotos y preguntaríamos “¿Y? ¿Qué tienen estas fotos de especial?” En cambio, al verlas descubrimos que la realidad es un lugar donde las mujeres no tienen cuerpo de caracol y los perros no usan uniforme, sin razón aparente para ninguna de las dos cosas.
Existimos en un espacio cuyas reglas no dominamos, y que no tiene ningún sentido en particular. Es como es y lo aceptamos.
El arte y la filosofía son esfuerzos inútiles, pretensiosos, fascinantes y desesperados de darle algún sentido.

Cinco. El trabajo de MR. opera en ambas direcciones. Nos muestra lo que existe y lo que no existe. Recoge los pedacitos de Perú que nos dejamos olvidados por la calle, los recompone y los cuelga en la pared. Hay casas con enormes jardines y discotecas y galerías de arte y restaurantes. Hay lugares bonitos para gente bonita. Y los personajes de estas fotos están equipados para el turista. Sus trajes típicos aparecen perfectamente planchados, combinados y arreglados. Sus faldas hacen juego con las paredes y los suelos.

Pero a la vez, algo no funciona entre estas personas y sus entornos. Un diseñador de interiores no los pondría ahí. Los peruanos retratados en esta colección forman parte de un decorado que no les pertenece.



Seis. MR. retrata ese cortocircuito que llamamos Perú. Lo tenemos enfrente todos los días. Es el cortocircuito entre las playas exclusivas amuralladas y los asentamientos humanos que las rodean. Entre el casting del comercial de perfume y el de detergente. Entre los que sirven el almuerzo y los que se lo comen. Pero no lo vemos. Vivimos equipados con sofisticados aparatos de evasión. Cuando un mendigo extiende su mano hacia nosotros, fingimos que no está. Lo volvemos invisible.

También nuestro lenguaje está diseñado así. Usamos las palabras, no para describir la realidad, sino para ocultarla. Llamamos a los barrios miserables “pueblos jóvenes”. Y a los pobres “clases populares”, o el más aséptico “C y D”. Esta exposición tematiza lo que no queremos ver de nosotros mismos, como un espejo deformante.

Siete. El efecto de estas imágenes radica en que retratan un país tan inexistente como la mujer con cuerpo de caracol. Pero estas fotos también encierran una propuesta de lo que podemos ser. Nos sugieren, aún más, nos desafían a enfrentarnos a ellas algún día y preguntar: “¿Y? ¿Qué tienen estas fotos de especial?”